Hay baño más allá del mar y los lagos (II)

28 diciembre, 2014 § Deja un comentario

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Baño en el Ródano.

En Lyon hay unas piscinas de estilo racionalista construidas en la margen izquierda del Ródano, sobrevolando el rio. Son descubiertas, por tanto solo para ponerse a remojo en verano. El conjunto es de líneas puras y sin concesiones a la comodidad: cero sombra, cero árboles o césped. En pleno agosto decidimos ir a darnos un baño. Curiosamente, existe una extraña normativa municipal que impide el acceso si llevas bañador tipo bóxer, el más común en las playas y piscinas españolas. Solo está permitido el acceso con bañador tipo slip o de competición. De nada sirvió nuestro conato de protesta: un gran poster en la zona de taquillas, con fotos explicitas, lo dejaba bien claro. Además el cancerbero negro que vigilaba la entrada tampoco estaba dispuesto a negociar. Que raros son los franceses a veces, por más que lo pensamos no entendimos la razón para imponer esa absurda obligación, entre otras cosas porque allí nadie nadaba, sino que el uso era meramente recreativo. La decisión parece el capricho de un político gay cuyo sueño es que todos los bañistas luzcan una estética uniforme, emulando a los atletas nazis fotografiados por Leni Riefenstahl, imagen que por cierto casa a la perfección con el estilo arquitectónico de las piscinas. Más tarde descubrimos que esta norma está bastante extendida en Francia, según ellos por motivos de higiene (aquí iría una carita de estupor). Afortunadamente, a lo largo de los márgenes urbanizados del rio existen amplias zonas de césped y fuentes que permiten tomar el sol y refrescarse cuando el calor aprieta. Al cabo de un rato decidimos explorar rio arriba, alejándonos del centro urbano siguiendo la senda de un agreste parque fluvial. A los cincos minutos ya nos encontrábamos en una zona semisalvaje, y todavía dentro de la ciudad. Lo sorprendente era que un rio tan grande como nuestro Ebro, fluía transparente como una piscina –sí, escépticos, he dicho transparente-con sus aguas templadas invitando al baño. En las orillas de tierra arenosa había cada pocos metros pequeñas calas, cada una ocupada por sus correspondientes bañistas. Las ramas de los árboles proporcionaban sombra y las gruesas raíces que sobresalían de la tierra, eran auténticos bancos naturales. Aquello era mucho mejor que las piscinas de hormigón recalentado. Y además gratis.

Baño en balsa de riego. No siempre es necesario tirar millas para disfrutar de un placer tan básico como introducir el cuerpo en agua. Durante mis dos veranos de aprendiz de agricultor me bañé en una fantástica balsa de riego que se alimentaba mediante un motor, que sacaba del pozo un agua condenadamente fría. Los vecinos de nuestro minifundio citrícola nos miraban –dos neorurales– como a bichos raros, para ellos éramos “los oficinistas”, cuando el hecho es que jamás les dijimos cuales eran nuestras profesiones. Escondidos entre naranjos, ojos furtivos vieron como vaciábamos la balsa, retirábamos del fondo el lodo de años y dejábamos como la patena las paredes interiores pintadas de blanco. Llena de nuevo la gigantesca pila hecha de barro, el sol le sacaba destellos a la superficie del agua que harían palidecer de envidia a la piscina de un resort. Cuando después de regar los mandarinos o desbrozar el terreno, empapado en sudor, me quitaba la ropa y en calzoncillos (o en los días más atrevidos sin ellos) me metía en aquel bloque de hielo licuado, sentía una sensación que serviría para describir la felicidad. Rodeado de un mar de copas de arboles, el cielo inmaculado y el silencio roto por una chicharra. El placer.

El sexto baño aun no lo he disfrutado y es un gusanillo que me metió el chico lunático: en un blanco día invernal, salir de una sauna en medio del bosque y tirarme a un lago-rio-agujero practicado en el hielo. Solo es cuestión de tomar un avión al norte –nieve y vodka-  y echarle redaños.

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